Esta técnica milenaria de origen japonés, se puede decir que nace de la necesidad de fabricar piezas utilitarias para la ceremonia del té, teniendo como rasgo primordial la belleza de sus colores metalizados y que sin duda le otorgaba a cada pieza un alma que las convertía en únicas.

Es muy importante resaltar el hecho que a pesar de ser creada esta técnica para piezas de carácter utilitario, en mi caso particular, me dejé envolver por los matices cobrizos y verduzcos, los cuales ahora visten mis piezas escultóricas, bajo la formación de maestros ceramistas que me llevaron a conocer el mundo de incertidumbre que nos deja la pieza al salir del horno, y que tan solo podremos conocer su resultado final, al ser sometida a las atmosferas de oxidación y reducción, que nos regalaran los colores una vez fundido el esmalte.

Sensación de emoción que nos envuelve en un climax al contacto con el fuego y el humo, propios de esta técnica, la cual se verá concretada al sumergir en agua nuestra pieza aun estando al rojo vivo, provocando un choque térmico que solo sobrevivirán aquellas que estén bien formadas desde su inicio.

Satisfacción de poder contemplar una pieza que ha sido sometida a una transformación violenta de bizcocho a pieza metalizada, como oruga a mariposa.

Si, solo comparado a lo que literalmente significa su nombre, “felicidad”, “goce”, eso es el Rakú, una pasión por enfrentar la incertidumbre y convertirla en realidad.

 

Omar Ernández  OJES